Hay una escena en muchas pelis (y también en muchas oficinas, familias y grupos de amigos) que siempre se repite. Ocurre algo, hay caos, y alguien grita:
— ¡Llama a Marta!
Porque Marta lo arregla todo. Marta siempre sabe qué hacer. Marta es la que se lanza, improvisa, ejecuta y resuelve.
Pues bien: Tú eres Marta.
Aunque te llames Ana, Antonio, Laura, Sofía, Pedro, Andrea o Luis.
Si te suena esta situación, te damos la bienvenida al club de los comodines para todo. Ese que no se fundó oficialmente… pero al que muchos multipotenciales acabamos perteneciendo sin querer.
¿Por qué parece que siempre “te toca” a ti?
Hay una explicación: si eres una persona multipotencial —o sea, alguien con intereses diversos, habilidades múltiples y facilidad para aprender y adaptarte—, es muy probable que estés en el radar de todo el mundo cuando hay que resolver “cosas difíciles”.
No porque seas la única que puede, sino porque eres la que (de cara a los demás) lo hace mejor, más rápido y con menos drama.
Tenemos esa capacidad casi mágica de conectar ideas, aprender a velocidad exprés y manejarnos en entornos caóticos. Somos como una mezcla entre MacGyver, Google y esa prima que sabe de todo.
Y claro, eso es muy valioso… pero también muy explotable.
Cuando tu talento pasa a ser el comodín de emergencia
A ver, ser buena en muchas cosas no significa que tengas que hacerlas todas, ni ser resolutivo implica que tú tengas que salvar cada situación.
Y mucho menos estar disponible debería ser sinónimo de estar siempre disponible.
El problema viene cuando tu capacidad se convierte en tu condena, ya sabes:
“Como tú puedes/sabes hacerlo… hazlo tú”.
Un clásico.
Y lo peor es que suele venir con sonrisa incluida, miles de gracias por tu disposición e, incluso, una palmadita que suena más a “te toca a ti otra vez” que a reconocimiento real.
Y sí, al principio da gustito que te valoren y que te digan que sin ti no sale. Pero llega un punto en el que eso ya no te sube la autoestima: te agota.
Porque detrás del “confían en mí” muchas veces se esconde la sensación de que te están usando, lo hagan de forma consciente o no.
Reconocimiento no debería significar sobrecarga
Las personas con mentes curiosas y talentos diversos tenemos más riesgo de dispersarnos. Muchas veces acabamos apagando fuegos ajenos y olvidando nuestro propio fuego interior.
Eso nos pasa porque al tener muchas habilidades y usarlas con facilidad, la gente (ya sea tu familia, amigos o compañeros de trabajo) de manera inconsciente empieza a verte como un recurso que les facilita la vida.
Pero tú no eres un recurso. Eres una persona con proyectos, tiempos, límites y vida propia.
¿Cómo se siente eso de ser el comodín?
Muchas veces puede ser algo parecido a esto:
- Que te pidan desde “¿puedes revisar esto rápido?” o “oye, tú que sabes de páginas web, ¿te importa ocuparte tú de la newsletter?” hasta cosas como “se me ha desconfigurado la Roomba, ¿me ayudas a configurarla de nuevo?” o “soy incapaz de instalar el certificado digital, ¿te conectas 20 minutos por zoom y me echas una mano?”
- Que nunca terminas tus cosas porque estás terminando las de los demás.
- Que tu día tiene más imprevistos e interrupciones que TikTok.
Y todo esto no porque seas una mártir, sino porque muchas veces:
- Te sale natural ayudar.
- No sabes decir que no o te cuesta rechazar lo que sabes hacer bien.
- Sientes que si tú no lo haces, nadie lo hará “como es debido”.
Cuatro maneras de salir del modo apagafuegos de los demás
Pues bien, no se trata de dejar de ayudar.
Se trata de encontrar un equilibrio entre tu energía y tu tiempo y el de los demás.
Dar no es sostenible si lo haces siempre a costa de ti. Así que aquí te dejamos 4 maneras que llevamos un tiempo poniendo en práctica y nos funcionan (aunque admitimos que, a veces, aún nos despistamos):
1. El “sí, pero no ahora”
Es la versión elegante del “no” tradicional y la fórmula mágica del equilibrio.
En lugar de decir que sí corriendo y meterte otro lío en la agenda, prueba con:
- No puedo ahora, pero el viernes le echo un ojo.
- Esta semana voy a tope, ¿te va si lo vemos la próxima?”
Este tipo de respuestas hacen dos cosas clave:
- Rompen el automatismo de tener que estar siempre para todo.
- Enseñan a los demás que tienes límites, sin dejar de ser accesible.
2. El filtro interno: ¿quiero o puedo?
Antes de decir que sí, hazte esta pregunta mágica:
“¿Esto lo hago porque me apetece… o solo porque sé hacerlo bien?”
Porque poder hacer algo no es lo mismo que deber hacerlo.
La clave importantísima aquí es, precisamente, no decir que sí sin pensar. Salvo casos muy urgentes, siempre puedes tomarte unas horas para darle una vuelta antes de contestar.
Sabemos que no siempre es posible elegir entre hacer o no hacer algo. Las obligaciones y deberes laborales o familiares están ahí, sí. Pero no nos referimos a esos casos.
Este filtro es como ponerle un GPS a tu energía. Te ayuda a distinguir entre lo que te llena y lo que haces por inercia.
Y ese matiz es importante porque cada minuto que dedicas a algo que no te aporta y que es un extra en tu vida, es un minuto menos para lo que sí te importa.
3. ¿Esto me facilita o me complica?
Si con el anterior filtro aún no te quedó claro, antes de decir que sí, plantéate cosas como si eso te acerca a algo que quieres, si te aporta disfrute, aprendizaje, contactos (o lo que sea) o si solo te mete presión y te complica (aún más) la semana.
Hay favores que no suman, solo te saturan. Y si lo único que hacen es ponerte en modo incendio, tienes todo el derecho a decir: “Esta vez, no puedo, disculpa.” Y no pasa nada.
4. El arte de señalar el ombligo ajeno
A veces conviene señalar al otro con tacto y elegancia:
- Yo esta vez no me presto voluntario pero seguro que fulanita/o también lo hará bien.
- Quizá pueda ayudarte, pero… ¿quién más podría hacerse cargo?”
- Igual estaría bien que alguien más aprenda a hacer esto, ¿no? Así no depende siempre de mi disponibilidad.
Esto, lejos de ser borde, es generar corresponsabilidad. Porque si tú siempre resuelves, nadie más aprende.
Y tú acabas agotada.
¿Qué puedes hacer si ya estás hasta arriba de favores?
Si estás en plena saturación, con tu lista de tareas llena de cosas que ni pediste ni te ilusionan… haz reset. Literal. Aquí va un mini-kit de descompresión:
- Tómate un break real
Una semana sabática, un finde sin hacer favores, un par de días para ti. No solo para descansar, sino para pensar:
→ ¿Cómo estoy usando mi tiempo?
→ ¿Qué quiero seguir haciendo y qué no?
→ ¿Cómo puedo retomar el control sin sentir que abandono a nadie?
Ese espacio te devuelve claridad. Y desde ahí, es mucho más fácil decidir con intención cómo te implicas y con quién:
- Para responder puedes hacer un inventario honesto: Mental o escrito, lista todas las tareas o favores que haces porque puedes o porque sabes
- Pon tus deberes y proyectos personales en el calendario antes que los favores: Sí, los tuyos también son importantes. Haz hueco real para ellos.
- Revisa de nuevo la lista de favores: Piensa qué tipo de favores (o de quién) realmente quieres seguir atendiendo (y cuánto tiempo puedes dedicar). También cuáles necesitas soltar porque sientes que ya no te toca.
- Practica una respuesta asertiva: No hace falta ser borde, dramático ni reprochar nada. Ensaya un “ahora no puedo, pero luego sí”, un “puedo pero no solo/a, necesito ayuda”, un “esta vez no llego” o “a partir de ahora se me complica mucho/ ya no me apetece seguir ayudando en esto”. Tenlo a mano y úsalo sin culpa.
Entre apagar todos los fuegos y desaparecer, hay matices
A veces ser buena en muchas cosas se vuelve una trampa silenciosa. Porque lo haces bien, porque puedes, porque es fácil para ti…
Y, sin darte cuenta, empiezas a dejar para después otras cosas que también te importan. Ser comodín está bien para una partida de cartas. En la vida, hay que saber por igual cuándo apoyar y cuándo decir pasopalabra.
No tienes que dejar de ayudar. Solo recordar que tú también eres una de las personas a las que tienes que dedicar tiempo.
Y oye, si un día acuden a ti y te ofreces, que sea porque te sale del alma. Y no porque nadie más se animó a aprender o a intentarlo.
¿Te pasa eso de verte envuelto/a en mil fregados a los que te arrastran los demás? ¿Tienes alguna técnica para mantenerlos a raya? ¡Cuéntanos en los comentarios!